Cuesta imaginar un animal de 20 metros de longitud y casi 50 toneladas de peso. Más o menos como dos autobuses. Ahora imagínalo flotando en la inmensidad. Seguramente ya te estás dando cuenta de que hablamos de un cetáceo, en este caso, del rorcual.
Pero dime, ¿dónde te lo imaginas? ¿Tal vez en medio del Atlántico? ¿Quizá en la inmensidad del Pacífico? ¿Y si te digo que esta maravilla de la naturaleza recorre las aguas de nuestro mar Mediterráneo entre la Comunidad Valenciana, Cataluña y las Islas Baleares?
A veces pensamos en la biodiversidad como algo lejano, algo ajeno, y no es así… Durante estos días dos de los barcos más especiales de Greenpeace, el rompehielos Arctic Sunrise y el velero científico Witness, han coincidido ante nuestras costas, junto al valioso y extraordinario corredor de cetáceos del Mediterráneo, una franja de paso para el rorcual común, entre sus zonas de alimentación y de cría. Junto a este gigante, también podemos encontrar cachalotes, delfines mulares, delfines listados, delfines comunes o ejemplares de calderón gris, calderón común, zifio de Cuvier, tortuga boba y magníficas especies de aves, como la preciosa pardela Balear, la única especie de ave marina endémica de nuestro país, y extremadamente amenazada.
«A veces pensamos en la biodiversidad como algo lejano, algo ajeno, y no es así…»
¿No es emocionante saber que nuestras aguas albergan toda esta vida, toda esta riqueza natural? Lamentablemente, cómo no, las amenazas del ser humano no podían faltar. Los océanos se enfrentan a demasiados ataques cada día: desde el rápido aumento de la temperatura media de las aguas, hasta la contaminación por plásticos, las redes fantasma o la minería submarina, pasando por las perforaciones de gas y petróleo y, por supuesto, la destructiva pesca industrial, que arrasa nuestras aguas y fondos marinos mientras amenaza el sustento de millones de familias en comunidades locales de medio mundo.
Mientras los delfines juegan a surfear las olas que levanta nuestro barco al romper el agua con su proa, no puedo dejar de pensar en los cientos de barcos de pesca artesanal que nos recibieron hace unos días en la Ría de Arousa, en Galicia. Allí, ecologistas, pescadores, científicos o mariscadoras nos unimos para reclamar una mayor protección para los océanos.
Desde Greenpeace hemos librado grandes batallas para proteger el Ártico, la Antártida, el Índico o el Mar del Norte, y me siento orgullosa de cada una de esas batallas pacíficas, pero hoy contemplo esta franja de agua repleta de cetáceos junto a las costas de mi hogar y necesito clamar que el océano también se proteja aquí. Quiero que España ratifique el Tratado Global de los Océanos, quiero que el ministro Planas defienda la pesca artesanal frente a las megaempresas que acaparan la pesca con sus redes infinitas, quiero más reservas marinas en esta península y en estas islas.
Solo pido que cuidemos los océanos como lo que son: la clave de la vida en este planeta.
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